sábado, 24 de febrero de 2007

Gotzon Cañada - Escultura -Instalaciones - Viajes

De haber una vida anterior, Gotzon la vivió en el Extremo Oriente rodeado de sobriedad, arquitectura interior y jardinería minimalistas y con recogimiento, sentido metafísico y lanzándose a los caminos como Sidharta. Esas actitudes reaparecieron en su segunda vida, pero ya necesitaba ocho o diez horas de avión para poder repetirlo, o mucho menos si has puesto las condiciones para desarrollarlas en tu propia casa.

Recuerdo cuando regresó de Malasia y me contó que había atravesado en parte caminando aquel país o cuando se fue a Turquía para ver desde un globo un eclipse solar. Dos experiencias –hay muchas más- en las que no cabe más naturaleza y más espacio. Ese espacio grandioso no era el de la escultura porque la excedía, aunque cualquier escultor pueda especular con él sin moverse del sillón de mimbre de su casa.

El vértigo ante el horizonte y la inmensidad no bastaba concebirlo, había que experimentarlo, pero limpio de dramatismo y apoyándose en sus propias armas. Gotzon es un adicto al juego (no de azar) y a la aventura, pero lo que le diferencia de otros artistas es que no sucumbe a las adormideras de supuestas genialidades que se respiran en estudios y talleres, y en que se lanza al mundo esencial a tomarle sus medidas.

El espacio de fuera (geográfico) y el de dentro (metafísico y doméstico) llevaban demasiado tiempo abiertos y despejados, con la posibilidad de atravesarlo y vivirlo en el caso del exterior, y de reflexionarlo y sentirlo en el caso del interior, creando formas consistentes que lo ocupasen con discreción.

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